En las elecciones de 1946 accedió al gobierno Juan Domingo Perón como candidato del Partido Laborista organizado por una gran cantidad de sindicatos y con un programa de justicia social, siendo reelecto en 1951. En 1955, luego de un bombardeo de aviones militares en la plaza de Mayo que causó la muerte de más de trescientas personas, un golpe de estado impuso una dictadura cívico-militar que tomó el nombre de Revolución Libertadora, que a su vez llamó a elecciones proscribiendo al peronismo, ganadas por Arturo Frondizi de la Unión Cívica Radical Intransigente. Frondizi también fue derrocado por un golpe militar en 1962 que no logró hacerse plenamente del poder debido a una astuta maniobra del frondizismo que logró instalar en la Presidencia al radical intransigente José María Guido quien, en medio de una violenta lucha interna entre militares (Azules y colorados), volvió a convocar a elecciones en 1963 con el peronismo y el frondizismo proscriptos, que ganaría el radical del pueblo Arturo Illia.
La Argentina, nacida en 1810, atravesó sus primeros 70 años de vida sumida en continuos enfrentamientos militares;1 el período conservador que duró hasta 1916 presenció un acelerado crecimiento económico, apoyado en un modelo agroexportador.2 La reforma electoral que permitió la participación de las mayorías llevó al gobierno a la Unión Cívica Radical, mientras el sector conservador se oponía a sus intentos de reforma económica y social.3 En 1930 Yrigoyen fue derrocado por un golpe de estado cívico-militar favorecido por diversos factores como crisis económica de 1929, las luchas internas dentro del radicalismo, el magnicidio del senador opositor Carlos Washington Lencinas que se le atribuía, la corrupción generalizada que denunciaba la prensa y la edad avanzada del presidente. Tras un breve intento corporativista dirigido por el dictador José Félix Uriburu, llegó a la presidencia –amparado en la prohibición del radicalismo y un repetido uso del fraude electoral como herramienta política– una alianza del Partido Demócrata Nacional con la Unión Cívica Radical Antipersonalista y el Partido Socialista Independiente que llevó adelante una restauración conservadora con intervencionismo estatal.
Amparados por la impunidad que les otorgaban el recurso al fraude y el respaldo del Ejército, los gobiernos del período iniciado en 1932 se vieron envueltos en un clima generalizado de corrupción,5 mientras intentaban salvar el sistema agroexportador tradicional sometiendo la economía del país a los dictados del capital extranjero, en particular al británico;6 por ambas razones, el período fue llamado la «Década Infame«.7 Pese a su conservadurismo liberal, los gobiernos de Agustín Pedro Justo (conservador), Roberto M. Ortiz (radical) y Ramón Castillo (conservador) apelaron a la planificación económica y la inversión pública en un grado inédito hasta entonces en la historia del país;8 simultáneamente, la crisis económica obligó a los consumidores a apelar cada vez más a la industria nacional para reemplazar los productos importados. Por este camino, los conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes presidieron un período de acelerada industrialización, que llevó a importantes cambios sociales y a la aparición de una gran cantidad de obreros industriales, que migraron desde el interior del país a los suburbios de las grandes ciudades, en especial al Gran Buenos Aires.
Juan Domingo Peron, Eva Duarte de Peron y el doctor Ramon Carrillo
Sindicalismo Argentino
El sindicalismo argentino, surgido en la década de 1870, había iniciado una fuerte transformación luego de las masacres obreras sufridas durante el primer gobierno radical, abandonando las posturas revolucionarias e insurreccionales para volcarse hacia un sindicalismo orientado a la negociación colectiva y el diálogo social. El anarquismo perdió importancia y se fortalecieron las corrientes sindicalista revolucionaria y socialista sobre la base de grandes sindicatos nacionales de rama, como la Unión Ferroviaria (eje central del modelo agroexportador y principal sindicato hasta la década de 1960) y la Confederación General de Empleados de Comercio. En 1930 las dos corrientes sindicales mencionadas y la comunista -de menor importancia- acordaron la creación de una central unificada que tomó el nombre de Confederación General del Trabajo, que se convertiría en adelante en la principal central sindical. En la década de 1930 el movimiento sindical se nacionalizó: comenzó a exigir la estatización de los sectores estratégicos de la economía, reemplazó las banderas rojas por banderas de color celeste y blanco y comenzó a cantar el himno nacional en los actos. Asimismo el sindicalismo comenzó a negociar con el Estado para gestionar servicios como la salud de los trabajadores y el turismo social, que llamaron «obra social».
El rápido crecimiento de las empresas industriales durante la década de 1930 hizo crecer numéricamente a la clase obrera, que nunca había sido muy numerosa, hasta convertirse en el sector mayoritario de la población. El Partido Socialista, por su parte, relegaba el acceso de los sindicalistas a las direcciones partidarias. Con algunas excepciones, la dictadura y los gobiernos fraudulentos de la década infame no dieron respuesta a la transformación sindical en curso ni al crecimiento de la clase obrera y siguió considerando a los sindicatos como un asunto marginal y generalmente policial.
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